sábado, 16 de mayo de 2009

La Ciudad Latinoamericana S.A. (o el asalto al espacio público)

En el último cuarto de siglo venimos presenciando una paulatina
transformación de las ciudades y de los espacios de nuestra cotidianeidad
como resultado de una serie de fenómenos sociales, culturales y
tecnológicos nuevos. Si tenemos en cuenta la relación entre la modernidad,
la cultura urbana, el surgimiento de la esfera pública (Habermas 1989) y
el ejercicio de la ciudadanía, está claro que tales transformaciones
sientan las bases de una nueva forma de organización social, de un nuevo
modelo cultural, que unos llaman la postmodernidad, otros la globalización
y otros, simplemente, la cultura tardo-capitalista o neoliberal (Jameson
1991).

De entre todas estas transformaciones quizás la más notable, dramática y
emblemática sea la modificación sustancial del espacio social a causa de
la apropiación del espacio público a manos privadas, y que aquí intento
evocar mediante la imagen del "asalto al espacio público". ¿En qué
consiste dicho "asalto" ¿Qué nuevos espacios han venido a ocupar el lugar
del espacio público? ¿Cuáles son las nuevas agencias y fuerzas sociales
(tanto nacionales como extranjeras) que han pasado a gobernar el espacio
social y cultural? ¿Cómo ha afectado esto la vida cotidiana, las
relaciones sociales, la cultura, la política, las tecnologías del cuerpo,
el imaginario social?
Reflexionar sobre el espacio público obliga a pensar el espacio como
recurso, como producto y como práctica (sensual, social, política,
simbólica). La apropiación y utilización particular del espacio (tanto a
nivel material como simbólico [Harvey 1985]) así como la transformación de
los espacios existentes y la producción de espacialidades inéditas
(Lefebvre 1974), en correspondencia con distintos proyectos culturales
"emergentes" y en pugna (Williams 1977, 1981).

Para pensar el espacio público los arquitectos suelen representar la
ciudad como un fondo negro (espacios llenos) con figuras blancas sobre
fondo negro (espacios públicos excavados en la trama urbana). Aumentando
el grado de detalle, luego descubrimos que en los espacios "llenos"
también hay algunos "vacíos" (vestíbulos, corredores, patios) en los que
tienen lugar contactos y encuentros sociales; y que en los espacios
abiertos también hay objetos o figuras negras (cafés al aire libre,
quioscos, monumentos).

Fig. 1. Los espacios públicos en blanco sobre fondo negro, con algunos
edificios importantes (en negro) que se destacan dentro o junto a los
grandes espacios en blanco. (Parma en 1830. Tomado de Holston (1989).
Copyright 1983, The Cornell Journal of Architecture)
Pensado en esos términos, el asalto al espacio público supone una
alteración fundamental de las proporciones y la relación entre figura y
fondo, llenos y vacíos, en sus usos y significados, en sus texturas y
equipamientos, con el consiguiente surgimiento de una espacialidad
invertida, deshumanizada, parcialmente descorporeizada, compleja,
engañosa, y por cierto, irreducible a una representación geométrica
simple.
En efecto, cuanto más lo pensamos descubrimos que hay espacios "vacíos"
(estacionamientos, lugares públicos abandonados, grandes espacios
abiertos, avenidas) que en realidad son inservibles como espacios públicos
(Augé 1995); espacios "llenos" que en realidad son públicos y albergan
relaciones sociales (bibliotecas, teatros públicos, salas de
exposiciones); y otros en apariencia públicos (cines, ómnibus, templos
religiosos, centros de enseñanza privada, shoppings), donde se congrega o
se forma el público, pero que en realidad no son verdaderamente públicos.
Una conceptualización más precisa todavía, capaz de captar el tipo de
transformaciones sutiles que están ocurriendo hoy en día, debería, así
mismo, dar cuenta de una serie de espacios "mixtos", "intermedios", "de
contacto" y "de paso" (la ventana, el club, la escuela, el ómnibus, la
parada del ómnibus, el walkman, el computador, el televisor en medio del
living) cuyo análisis formal y de los modos reales de uso resultan vitales
a la hora de sacar conclusiones.
Un caso singularmente peculiar y problemático es "la casa", que a pesar de
ser una esfera eminentemente privada, primero, la sociedad la atraviesa de
muchas maneras; segundo, es escenario de un conjunto de eventos sociales;
y tercero, por otros medios (el periódico, la radio, la televisión, el
casetero, la computadora), surge en su interior otra especie de espacio
público.
En este sentido quizás haya que preguntarse ¿cuáles son las implicaciones
de este traslado de lo público a lo privado? ¿qué nuevos agentes
intervienen y regulan las relaciones sociales trasladadas al terreno
"Privado" Porque, en definitiva, lo más preocupante respecto al "asalto a
lo público" no es tanto la apropiación personal de lo público (lo cual
sería una forma de democratización) sino el vaciamiento y deterioro del
espacio social, la desaparición de un conjunto de formas que favorecían él
relacionamiento social y la vida democrática, y su contracara, el modo en
que un conjunto de grandes corporaciones transnacionales ha ido
apropiándose de los espacios sociales y culturales, y ha pasado a
hegemonizar práctica y simbólicamente la formación del público y de la
opinión pública.

Fig. 2. Algunos edificios importantes (iglesias, palacios, teatros)
apoyados sobre los espacios públicos también albergan relaciones sociales
y culturales que contribuyen a formar el público, y son "otra especie" de
espacio público. (Roma en 1748. Tomado de Holston (1989). Copyright 1983,
The Cornell Journal of Architecture)
Ahora bien, uno de los riesgos de todo análisis formal es el reduccionismo
y el determinismo formal (suponer que una forma por sí sola,
automáticamente, impide o conduce a determinados usos y significaciones) a
expensas de un análisis del uso del espacio, de las prácticas espaciales
concretas y de la producción de sentido a partir de experiencias
particulares (Foucault 1980; de Certeau 1984); una forma apropiada es
necesaria pero no es suficiente. Un fenómeno político, social, económico o
cultural puede perfectamente sobredeterminar todo tipo de condicionante
formal. Sin embargo, el riesgo de signo opuesto es pensar que cualquier
forma sirve a cualquier función. Es difícil imaginar ciertas prácticas
(cotidianas, sociales, productivas, recreativas) independientemente de
determinadas formas, más apropiadas que otras, para hacer posibles ciertos
usos y significaciones.


En este sentido, "el asalto del espacio público" se traduce en él
desplazamiento de espacios y prácticas espaciales que favorecen las
relaciones sociales y el crecimiento de una esfera pública sana (libre,
sofisticada, inclusiva) y el aumento de espacios inservibles y formas
hostiles, que distorsionan, inhiben y obstaculizan su desarrollo.
Los procesos y componentes fundamentales del nuevo modelo cultural
emergente lo constituyen: (i) el agravamiento de la desigualdad, la
marginalidad y la polarización espacial, (ii) el impacto de la
marginalidad sobre la ciudad, (iii) la tendencia a la fractura urbana,
(iv) la militarización del espacio público o "intersticial", (v) la
inyección de "intervenciones supermodernas" sobre la ciudad, (vi) la
suburbanización como forma de escape y como otra forma de "modernización
disfrazada", (vii) el impacto del auto y las "vías de circulación rápida",
(viii) la consolidación del "barrio-mundo" y de la "casa-mundo",
reforzados, respectivamente, por una concepción clasista e individualista
del mundo, (ix) el vaciamiento, abandono y deterioro de la infraestructura
y los espacios públicos tradicionales, (x) la emergencia de
"seudo-espacios públicos" en detrimento de espacios públicos reales
(supermercados, templos religiosos, shoppings, etc.), (xi) la
concentración de un conjunto de actividades sociales y culturales en
locales especializados y "purificados", (xii) la formación de nuevas zonas
especializadas (de residencia, producción, consumo, recreación), (xiii) el
impacto de los medios masivos de comunicación y los espacios sociales
virtuales, (xiv) el desplazamiento de las relaciones sociales y personales
"cara a cara" por relaciones virtuales y representaciones opacas,
ocultando todavía más que antes las relaciones de producción y dando pie a
la emergencia de una nueva serie de actores e instituciones mediadoras,
(xv) la tendencia a la concentración de la propiedad y control de los
flujos y espacios virtuales principales (televisión, computadora), (xvi)
el papel que han venido asumiendo un puñado de grandes grupos económicos
en la industria cultural en general (en la educación, en la industria del
libro o del disco, en el deporte, en la financiación del arte, en el
turismo, en el transporte), (xvii) en suma, la apropiación de la esfera
pública por parte de poderosas corporaciones, tanto nacionales como
transnacionales, (xviii) la reorganización real y simbólica de los
espacios de la ciudad, como resultado de una manera diferente de vivirla,
de relacionarse, y de pensarla, (xix) la emergencia de una nueva estética
(o forma de relacionarse con el mundo), y de hecho, de una nueva
tecnología del cuerpo.
En un estudio comparado acerca de los distintos rumbos que han ido
adoptando las ciudades en América Latina y el Caribe, Alejandro Portes
(Portes 1989, 1994) destaca -y no para celebrarlo, precisamente- el modelo
de Santiago. Este consiste en una evolución y salto cualitativo respecto a
la ciudad típicamente fragmentada, organizada en anillos concéntricos
jerárquicamente dispuestos, y estratificada por clases que siempre existió
en América Latina (Hardoy 1975, 1992). Pensemos, por ejemplo, en la ciudad
de La Paz tal cual es retratada en el film Chuquiago (1977) de Antonio
Eguino. Sin embargo, Santiago sufrió una profunda reestructuración a lo
largo de los setenta y ochenta (Brunner 1981; Lechner 1984). Como
consecuencia, a partir de esos años el "nuevo" Santiago se ha ido
pareciendo cada vez más a "la ciudad radial" de Durban (experimento urbano
del apartheid), y de hecho, a muchas ciudades de los Estados Unidos,
severamente fracturadas en términos raciales, étnicos, de clase y
culturales, y donde la ciudad ha sido dividida a efectos de recaudación e
inversiones en obras públicas, generando una espacialidad francamente
perversa, donde barrios del tercer y cuarto mundo crecen a pocas cuadras
de barrios del primer mundo, como si unos no tuvieran nada que ver con los
otros.

Fig. 3. Modelo ideal de urbanización radial ideado por el régimen de
segregación racial (apartheid) de Sudáfrica, implementado en Durban en
1950 en cumplimento del "decreto de agrupamiento racial" (Group Areas Act)
y que según Davies (1972) se concretaría materialmente hacia 1970. Tomado
de R. J. Johnston, en City and Society (1984).
La primera "novedad", entonces, es la fractura espacial en forma radial,
dando lugar al surgimiento de varios Santiagos "autónomos" y aparentemente
desarticulados (aunque unidos, obviamente, por relaciones capitalistas de
producción) que crecen y se despliegan en direcciones opuestas. La segunda
novedad es que "la modernización" no contribuye ni a resolver ni a
disminuir el problema de la segregación y el encasillamiento espacial de
las distintas clases sociales, sino que contribuye a agravarlo. La tercera
novedad es la fortificación de las zonas de contacto y de paso entre
sectores. La cuarta novedad es la implementación de prácticas (formales e
informales, oficiales o privadas) de "limpieza y purificación" de barrios.

En 1989, Portes observaba que tanto Montevideo como Bogotá evolucionaban
de otra manera. A pesar de la existencia de marcadas diferencias de clase
y del agrupamiento de ciertas clases en determinados barrios, Portes
observaba, primero, un empobrecimiento general de la ciudad, y segundo,
pese a todo, una mayor cercanía, permeabilidad, contacto, mezcla y fluidez
entre los distintos barrios y clases: todavía no había "muros"
infranqueables, ni barrios prohibidos, ni "poblaciones encerradas" o
dejadas a la deriva, ni playas privatizadas, ni zonas de exclusión, ni
gated communities, ni operaciones de "limpieza" y "purificación" (Ellin
1997). Quizás la pregunta que tengamos que hacernos hoy sea ¿cuánto nos
hemos acercado a Santiago? El reciente informe del PNUD de diciembre de
1999 no resulta muy auspicioso a este respecto.
Aunque Portes coloca a Bogotá, junto a Montevideo, en las antípodas del
caso de Santiago, el film Rodrigo D: No Future (1990) de VÃctor Gaviria
acerca de la segunda ciudad colombiana (MedellÃn), documenta una realidad
muy diferente. Si a ello le sumamos la militarización de la sociedad, en
la medida que los sectores "integrados" (Sunkel 1972) buscan neutralizar y
eliminar a los sectores "desintegrados" (lo mismo que a la guerrilla) por
medio de la policía, el ejército, los grupos paramilitares o los asesinos
a sueldo, así como el auge de las superbandas y las mafias (de la droga,
del tráfico de armas, del lavado de dinero), el resultado es la casi
completa desactivación del espacio público: nadie se anima a salir, a
circular, a preguntar o a hablar libremente por temor a ser secuestrado o
ejecutado en el acto.
Una reacción "natural" en respuesta a la amenaza que presenta el espacio
público (elevado a cifra del terror y el miedo) es no salir, no exponerse,
encerrarse, refugiarse en lugares privados: auto bien cerrado, casa bien
enrejada, barrio cerrado y vigilado, suburbio bien alejado (Tuan 1979,
Jackson 1987, Davis 1992, Ellin 1997). Si a esto le agregamos el bajo
costo de los terrenos, la utopía de una vida al aire libre, casas y
terrenos más espaciosos, la posibilidad de romper con la rutina, es fácil
ver porqué tantas personas escapan a las zonas suburbanas, como en el caso
de la "ciudad de la costa". Sin embargo, sí en el pasado tanto "las
ciudades jardín" como los satélites suburbanos perseguían un "reencuentro
con la naturaleza" y un "retorno a una vida simple", hoy el avance de los
suburbios se ha convertido en una fuerza arrolladora y depredadora, con un
sin número de complicaciones y nuevos problemas. La dependencia de las
autopistas y de los autos, los costos e insuficiencias de una
infraestructura extendida, la pérdida de tiempo, nuevas formas de
aglomeración, contaminación y hacinamiento, hoy hacen de la planta urbana
un espacio relativamente más apto para llevar una vida "simple" que los
propios suburbios.

Fig. 4. Diagrama de "la ecología del miedo", tomada de Mike Davis, Beyond
Blade Runner: Urban Control/ The Ecology of Fear (1992)
La suburbanización contribuye de muchas maneras a una erosión del espacio
público. Por definición, la suburbanización es "un escape colectivo al
espacio privado" (Mumford 1963). Esto ocasiona, primero, el vaciamiento de
la ciudad -de sus espacios sociales y públicos-, así como un
desfinanciamiento de dichos espacios (la recaudación ocurre en otra
parte). Segundo, supone un crecimiento en la importancia de los
espacios/tiempos "a solas" (auto, casa, televisor, computadora). Tercero,
resulta prácticamente imposible volver a reequipar las zonas suburbanas
(proceso que en las cascos urbanos llevó décadas y varios períodos de
riqueza) debido al aumento en la extensión espacial, la disminución de la
densidad poblacional, el poco tiempo que queda para "la cosa pública".
Surge, en cambio, un nuevo tipo de zoning, donde las diversas actividades
cotidianas son desagregadas y relocalizadas en zonas especializadas: de
trabajo, desplazamiento, residencia, consumo-paseo. La marginación, él
multi-empleo, el aumento de la jornada laboral, la tercerización
productiva (la transformación del trabajador en micro-empresario
independiente que trabaja en su casa), a veces combinado con la
suburbanización, también ha contribuido a vaciar el espacio público. En
este sentido la suburbanización no es tanto una "alternativa" a la ciudad
moderna, como se suele pensar, sino más bien otra forma de modernización
disfrazada.
Por modernización me refiero, específicamente, al fenómeno observado por
James Holston (Holston 1989) a propósito de Brasilia (paradigma de la
ciudad moderna ideal) donde mediante una serie de operaciones espaciales
"simples" se ha contribuido al desmantelamiento casi completo de la esfera
pública.
La operación básica es la inversión formal de la ciudad antigua: la
inversión de la relación fondo-figura-fondo. En la red urbana antigua
(medieval, renacentista, decimonónica) sobre un fondo negro formalmente
predominante (lo lleno) se destacan las figuras (la escena pública): los
patios, las calles, las plazas, sobre cuya cuidada articulación se
organiza la vida pública. A su vez, los monumentos y edificios públicos sé
destacan como un segundo tipo de figuras negras sobre el fondo blanco de
los espacios reservados para lo público (a la manera de la Acrópolis), y
manteniendo una relación proporcional y armónica entre edificio y espacio
vacío (a la manera de la plaza medieval y renacentista).
Brasilia, a la inversa, consiste en un infinito fondo blanco, una gran
extensión "vacía" (desproporcionada, relativamente destexturizada y en
suma, "deshumanizada") en la que flotan grandes bloques o figuras negras
(edificios de apartamentos y oficinas), igualmente destexturizados,
dispuestos geométricamente, ampliamente distanciados entre sí y conectados
visualmente, electrónicamente y por medio de avenidas y autopistas. La
elevación de "la unidad de habitación" y de los edificios de los grandes
grupos económicos al mismo plano de los monumentos y los edificios
públicos, sumado a una alteración fundamental (o brutal "salto de escala")
de las medidas, las proporciones, las texturas y los equipamientos de "la
calle", "la vereda", "la esquina", "el pequeño comercio", "la plaza"
(lugares de lo social por excelencia [Max-Neef 1992]) tiene como resultado
la modificación fundamental del espacio urbano.
La mayoría de los nuevos conjuntos habitacionales, torres de oficinas y
complejos comerciales que se construyen hoy en día, lo mismo que el
diseño, textura y (falta de) equipamiento de muchos espacios abiertos
tienden a producir de manera germinal una espacialidad moderna que
favorece/obstaculiza ciertas prácticas y formas de relacionamiento, y que
conlleva determinados efectos sensuales, emocionales, sociales y
políticos, los cuales han puesto en evidencia nuevas formas de alienación
(Harvey 2000) conectadas, entre otras cosas, al empobrecimiento de la vida
social y los espacios públicos.
Para finalizar, no se trata de demonizar la utopía de la casa propia, de
la privacidad o el deseo por una vida más simple y más en contacto con la
naturaleza; ni de forzar soluciones o proponer alternativas fáciles al
problema de la vivienda y a los diversos problemas que presenta el casco
urbano o el crecimiento suburbano. Tampoco se trata de olvidar las
contribuciones de las nuevas tecnologías comunicacionales a la buena salud
de la esfera pública, y que, en la medida que no reemplacen ni destruyan
"el espacio social real" (Dewey 1997, Greimacher 1997), pueden
complementarlo y hasta, enriquecerlo y potenciarlo (Graham 1997). De
momento se trata apenas de apuntar el modo en que un conjunto de
transformaciones fundamentales del espacio, de la forma de vivir y de
pensar han ido afectando la vida cotidiana y la esfera pública, que son
los soportes de la vida democrática, y más aún, de una vida social sana,
¿de la especie humana? Se trata quizás de observar ciertos principios y
reglas generales de escala, de textura, de costo; de reforzar y apuntalar
las prácticas espaciales deseables, de optimizar las formas que ya
funcionan, de crear los espacios que faltan. Se trata, sobre todo, de
evitar que el uso del espacio y el tiempo empobrezcan la calidad de la
vida cotidiana, el desarrollo de la persona y de la vida en general. De
cuidar que cada intervención respete esos principios básicos, así como de
diseñar estrategias y proyectos de intervención pensados para reforzar y
hasta de reinventar el tipo de ciudad que queremos.
Para lograr esto, sin embargo, resulta imperativo tener en cuenta las
diversas fuerzas estructurales, agencias y proyectos culturales
(económicos, globales, funcionalistas) que hoy pesan sobre la ciudad que
hacen al desarrollo y consolidación de "una espacialidad
tardo-capitalista", "postmoderna" o "neoliberal", y que tienden a llevarse
por delante cualquier tipo de frenos y tímidas respuestas que se le
quieran oponer en su camino. Ese proceso arrollador es impulsado tanto por
formas y estructuras estructurantes (modos de producción, nuevos sistemas
espaciales, necesidades funcionales, planes de ordenamiento territorial,
intervenciones operadas "desde arriba" [Soja 1997]), así como desde "desde
abajo", es decir, por las prácticas espaciales, sensibilidades y
mentalidades, que son igualmente "estructurantes", y que actúan de manera
combinada y complementaria en la generación y (re)producción social de las
ciudades (Giddens 1984, 1987; Bourdieu 1990). Esto significa que para
contrarrestar estos procesos y tendencias culturales se hacen necesarios
enfoques estratégicos, respuestas de fondo e intervenciones en varios
planos y frentes, a fin de no ser arrastrados por la lógica simbólica,
formal y funcional de esta nueva espacialidad "dominante" -es decir, para
no ser instrumentos en su concreción-, o a fin de no quedar reducidos a
construir una espacialidad residual o testimonial, ni a jugar a un papel
ornamental, es decir, a "decorar" la post-urbanidad.
Hartford, Conn., Marzo 2000
Por: Wilfer Ramirez

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