miércoles, 8 de abril de 2009

EL ESPACIO PUBLICO VISTO COMO UNA CONFIGURACION DINÁMICA DE FUERZAS.


Articulo enviado por: Julian Alexander Muñoz Gomez

Frente a la pregunta de qué define un espacio público, lo primero que tendemos imaginar es un amplio espacio físico, bien definido por sus bordes y con una gran actividad y movimiento de gente en él. Desde esa perspectiva, no es equívoco pensar en un espacio público como la confluencia, cruce y traspaso de fuerzas de gravitación y repulsión, que generan movimiento y que se producen por la existencia de los elementos que en ese espacio se encuentran.


Para ello, se ha escogido un espacio público en Barcelona, la Rambla, por poseer la condición de concentrar en sí misma, un fuerte flujo de movimiento dado por la inmensa variabilidad de elementos que en ella se encuentra. En esta oportunidad se presta atención básicamente a dos áreas temáticas, para la definición de espacio público. La primera, apoyada sobre la base de conocimientos básicos de la física y de los fenómenos que estudia en el espacio, para referirnos con propiedad a conceptos tales como gravitación, repulsión, peso, masa, energía y distancia, entre otros. a segunda, se referirá a las formas de percepción del espacio desde la mirada de las personas. Aquí se analizará la postura de algunos autores como Arheim, Rapoport y Bailly para comprender mejor esta idea de espacio público como conformación dinámica de fuerzas.




ESPACIO DINAMIZADO

La física entre sus premisas, define el movimiento como el desplazamiento de un objeto producido por una fuerza de empuje o atracción gravitacional producido por otro y a su vez, la magnitud de dicha fuerza, como dependiente de la masa de los objetos. (Mook, 1993)

En un espacio público sucede algo similar. Aún cuando las experiencias de la física son determinadas en espacios vacíos ausentes de otras fuerzas desviatorias, en el espacio urbano encontramos un fenómeno similar cuando nos referimos a la masa de los edificios y su presencia, la cual produce una fuerza de atracción o un empuje o repulsión, en relación a la percepción de las personas que habitan dicho lugar.

Tampoco estos fenómenos de la física son aplicables a las personas. La acción humana es producida en su forma más pura por una única sola gran fuerza: la fuerza de voluntad, como un gran motor que no se detiene, pero que puede llegar a ser estimulado por fuerzas externas del campo espacial donde nos encontremos y producir en nosotros la necesidad de movernos.

Los actos de las personas son una respuesta a una cantidad inimaginable de situaciones dinámicas externas, que se manifiestan en diferentes direcciones y a pesar de su naturaleza desigual, las percibimos, muchas veces en forma inconsciente, con nuestros sentidos. Esas fuerzas pueden ir desde la existencia de un mercado, la presencia de calor en una zona, la existencia de un semáforo o de una carretera, hasta la existencia de fuentes informáticas, luminosas y sonoras, entre otras.

CONDICION DINÁMICA DE LOS OBJETOS

Según Canter, la percepción lleva a las personas a actuar de modos diversos de acuerdo a los patrones de experiencia internos de cada una. Pero esto llevado a la condición dinámica de los objetos, nos hace comprender que como experiencia perceptiva existe una dualidad entre lo que es la información puramente intelectual y las emociones internas que producen las fuerzas inherentes del objeto que vemos (Arheim 1978, p.168). Podemos comprender un objeto y juzgarlo por lo que creemos o podemos percibir en él, sus elementos dinámicos esenciales.

Arheim, llama simbolismo espontáneo, a la expresión inherente de los objetos percibidos. Para ser vista como expresiva, la forma de un objeto debe ser vista como dinámica. Cuando el objeto es visto sólo en su expresión geométrica, no encontramos nada de expresivo en él, en cambio, cuando esa configuración exhibe una cualidad expresiva, vemos la evidencia de su simbolismo. El simbolismo espontáneo lo podemos encontrar en todas las formas y no tiene nada que ver con la simbología convencional.

En una cita que Arheim hace de James Ackerman sobre la Biblioteca Laurentina de Miguel Ángel:

La continuidad del diseño de la pared eleva el efecto chocante de la escalinata que se vuelca en el vestíbulo como un intruso…Después de todo, hay una dramática si no formal armonía entre las escalinata y las paredes, porque ambas conspiran por medio de su agresividad contra la tranquilidad del observador; los planos de las paredes, adelantándose a partir de las columnas, parece ejercer una presión hacia dentro sobre el espacio limitado, en respuesta a la presión externa de las escaleras.

De este modo, el leguaje verbal aplicado a la forma perceptiva de los objetos, es diferente en este caso al que acostumbramos tener. En vez de caracterizar los objetos por sus propiedades objetivas como cosas unidas a cosas, podemos señalarlos en forma más adverbial, al verlos en su pertenencia a actividades más que a cosas. (Arheim, 1978)
Es necesario salir de una visión estática de las cosas, para poder ver la expresión dinámica inherente en cada cosa, lo que va estrechamente relacionado con la forma de uso que se le da a un objeto del cual el ser humano se suele servir. Un vaso visto en forma estática, no es nada más que un objeto apoyado sobre una mesa, que sirve para beber y que puede tener variadas formas físicas. Pero si imaginamos el acto de alzar el brazo expresando el gesto de la bebida, el momento que tardamos en beberla, la necesaria incorporación de su forma a nuestra mano y su capacidad en su condición de sostenedor del agua que vamos a beber, podemos notar que deja de ser un objeto simplemente colocado en un punto del espacio, que es solidario con otras formas de expresión y que está hecho para recordarnos lo que sucede en él, cuya configuración es el reflejo de una serie de acciones consecutivas y su materialización es una única forma esencial. El resto es sólo un agregado.

DISTANCIAS RELATIVAS EN EL ESPACIO

Hay veces, en que los actos pueden estar determinados por la forma del espacio, pero desde este punto de vista, de una manera poco convencional. La influencia de la forma de un espacio que determina los niveles de agrado de una persona y sus deseos de permanecer en él, depende de la manera en que se exprese el encuentro de las fuerzas subyacentes del lugar, lo cual lleva a determinar que se trata más de un problema de sensaciones que de conciencia de medidas y tamaños reales.

Un espacio puede ser muy extenso, pero debe contar con ciertos elementos que generan relación entre ellos a distancia. Aunque esa escala puede ser descomunal, la relación existente entre los elementos puede hacernos sentir parte de una gravitación, y actuar de acuerdo con ella, con lo cual se deduce que el problema de la distancia óptima para un espacio abierto público no se mide por el grado de cercanía física entre los objetos o la empatía que tengamos hacia un elemento urbano determinado, sino, por la compleja agrupación de fuerzas de atracción entre masas de elementos, que actúan rítmicamente y en consecuencia a un orden capaz de hacernos sentir parte. Soy parte de una gran ciudad, puedo ver la torre Eiffel desde muy lejos. Soy parte de un barrio, puedo ver la iglesia y la escuela. Soy parte de una plaza, puedo ver el reloj del teatro y la luz de la fuente reflejada en él.

EQUILIBRIO Y PROPORCION EN EL ESPACIO

Cuando hablamos de equilibrio en un espacio dinamizado, nos referimos, como en la física, a una igualdad de componentes que tiran de uno u otro lado produciendo una neutralidad, como si dichas fuerzas no existieran. Si bien, no es posible calcular aquellas fuerzas en plenitud, es cuando podemos apoyarnos de la percepción para comprender dicho fenómeno. Lo que sucede con la obra de Kolbe en el pabellón de Barcelona de Mies, es un claro ejemplo de digna correspondencia entre las fuerzas propias del edificio y la introducción de un elemento exógeno, capaz de contrarrestar esa tensión.

La asimetría resultante crea una atención que debe ser justificada y contrarrestada por la configuración de fuerzas de todo el edificio. (Arheim 1978, p. 24)

Le Corbusier por su parte, se ha referido a las disposiciones de fuerzas en la Acrópolis de Atenas en su comprensión de la necesaria aparición de un sistema ordenador de proporciones para lograr un equilibrio que llega al espíritu. “…la firmeza impasible que ha tallado el mármol con la voluntad de llegar a lo más puro… se ha sacrificado y limpiado hasta el momento en que no era ya preciso quitar nada, sino dejar las cosas concisas y violentas, que sonaban claras y trágicas como trompetas de bronce.” (Le Corbusier 1998, p.168)

Lo cual, para Goethe se hace sentir de este modo:

Uno pensaría que la arquitectura como bella arte trabaja solamente para los ojos. En lugar de ello, debería trabajar primero para el sentido de movimiento mecánico en el cuerpo humano, algo a lo que se presta escasa atención. Cuando en la danza nos movemos de acuerdo con reglas determinadas, experimentamos una sensación agradable. Una sensación similar debería producirse en alguien que es conducido con los ojos vendados a través de una casa muy bien construida. Esto supone la difícil y complicada doctrina de las proporciones, que da carácter al edificio y sus distintas partes. (Arheim 1978, p.121)
En relación al equilibrio, la fuerza de atracción entre dos elementos puede ser tan grande, que queden al margen otras manifestaciones menores de energía, como cuando dos imanes se atraen o se repelen implacablemente.

Tomado del link
http://www.arqhys.com/articulos/dinamizado-espacio.html
Julián Alexander muñoz Gómez

Urbanismo

Articulo enviado por: Camilo Mesa Garcia

En todos los centros urbanos del mundo cohabitan dos tipos de ciudad: la del progreso, caracterizadas por el empleo de la imaginación, el arte y los acelerados avances tecnológicos en su conformación y; la de los desheredados, identificadas por albergar zonas donde la pobreza y la marginalidad se revelan de las formas más diversas. (Jue Jun 19 2008)
Desde el siglo XX, la ciudad alcanzó su máximo esplendor. La imaginación, el arte y los acelerados avances tecnológicos, se conjugaron para darle forma a los grandes monumentos urbanos, a las lujosas residencias, soberbios edificios y majestuosas avenidas.
Pero, frente a tan grandes testimonios de la inteligencia creadora y de la capacidad constructiva del ser humano, la ciudad igualmente alberga zonas donde la pobreza y la marginalidad se revelan de las formas más diversas. Por lo tanto, en todos los centros urbanos del mundo cohabitan dos tipos diferentes de ciudad: la del progreso y la de la los desheredados que carecen de los servicios más elementales.
En las ciudades del tercer mundo, más de las tres cuartas partes de sus territorios están ocupadas por barrios pobres. Aún cuando en ellos habita una buena parte de la población total de la ciudad y presentan innumerables problemas derivados de la miseria [hambre, criminalidad, insalubridad, promiscuidad, etc.]. La cara sórdida de las grandes urbes, por lo general, se encuentra velada por debajo de una careta mucho más amable, la de la -bonanza económica-.
Así, la traza urbana, ordenada e impecable, oculta en la trastienda el hacinamiento de las insalubres ciudades perdidas; mientras que los grandes y espectaculares edificios de diseñador y los lujosos centros comerciales y de entretenimiento se sobreponen a las grotescas chozas, que no son sino caricaturas de vivienda.
Generalmente, las ciudades perdidas aparecen alrededor de los barrios residenciales y de los grandes centros de trabajo, creando cinturones de miseria en los que se evidencia un marcado contraste entre el centro y la periferia. El espacio urbano entonces, puede considerarse como fragmentario y disonante, al estar dividido en porciones totalmente distintas que se encuentran desarticuladas entre sí, tanto en su funcionamiento como en su percepción visual.
El contraste entre bonanza económica y marginalidad, tiene como resultado un sentimiento de frustración, derivado de las marcadas diferencias económicas, que se manifiesta en forma agresiva por quienes viven en la pobreza y en casos extremos en la indigencia y la miseria.
Esto ha traído como resultado, que las tendencias de cambio y desarrollo urbano de las últimas décadas estén orientado hacia la segregación y el aislamiento. Es por eso, que en la actualidad son cada vez más frecuentes las denominadas -ciudades blindadas-, cerradas hacia sí mismas y acordonadas por toda una serie de dispositivos de seguridad que van desde las simples rejas y muros hasta los sofisticados sistemas de seguridad con cámaras de video, sensores, etc., cuyo propósito principal es, evidentemente, controlar el acceso de bienes y personas.
De esta forma, los desarrolladores urbanos construyen fraccionamientos cerrados que además ofrecerles a sus habitantes un ambiente confortable o el contacto con la naturaleza, les ofrecen: seguridad. El discurso subyacente en este tipo de desarrollos se basa en que las grandes ciudades contemporáneas [fundamentalmente las del tercer mundo] son espacios de amenaza, inseguros, en donde la delincuencia ha tomado el lugar central. Por este motivo, las nuevas urbanizaciones son diseñadas bajo el esquema del miedo a la ciudad han generado la perdida de la calle, las plazas y parques abiertos como espacios colectivos, dando prioridad a los espacios encerrados, como son los grandes centros comerciales [malls] y clubes deportivos, ya que en ellos se tiene un mejor control del espacio físico y de las acciones de sus habitantes. La vida entonces, pasa ha desarrollarse en los interiores.
Estos nuevos -bunkers- no sólo ofrecen protección, sino que construyen en su interior una utopía que contrasta con las circunstancias adversas que viven los citadinos en el exterior [inseguridad, contaminación, hacinamiento, etc.], por lo cual, se convierten en una barrera de la realidad social.
Paradójicamente, estas ciudades no son solamente ocupadas por los ciudadanos de mayor capacidad económica, ya que en ellas, los pobres habitan de manera eventual, ya que ahí desempeñan sus ocupaciones laborales, dentro de los comercios, restaurantes, o en las mismas viviendas, en donde muchas veces pasan más de la mitad de las horas del día. En este caso vale la pena cuestionarse si este tipo de urbanizaciones excluyentes, más que proponer verdaderas soluciones urbanas o mejores espacios, no fomentan el resentimiento social, pues la segregación, el encierro y la estética del lujo y de la opulencia, al final, marcan una notable diferencia entre ciudadanos de -primera- y ciudadanos de -segunda-, que indudablemente representa una agresión para las personas del mundo -real- quienes en muchos casos habitan en zonas urbanas miserables, dentro de construcciones que servirían más a los animales que a los hombres.