sábado, 11 de abril de 2009

¿Qué Le Ha Pasado Al Urbanismo?

Articulo enviado por: Viviana Castro Gallego


Rem Koolhaas, Any Magazine # 9, Urbanism vs. Architecture

traducción: carlos díaz meyer, 1998

Este siglo ha sido una batalla perdida con respecto al tema de la cantidad. A pesar de su temprana promesa, de su frecuente valentía, EL URBANISMO ha sido incapaz de inventar e implementar a la escala demandada por su apocalíptica demografía. En 20 años, Lagos aumenta de 2 a 7 a 12 a 15 millones de habitantes; Estambul se duplica de 6 a 12. China se prepara para aún mayores y tambaleantes multiplicaciones. ¿Cómo explicar la paradoja de que EL URBANISMO como profesión, ha desaparecido en el momento en que EL URBANISMO en todos lados- después de décadas de constante aceleración- esta en camino de establecer un definitivo y global “triunfo” de la condición URBANA?
La alquímica promesa del modernismo – de transformar cantidad en calidad mediante la abstracción y la repetición – ha sido un fracaso, una mistificación: magia que no funciono. Sus ideas, estéticas, estrategias han terminado. Juntos, todos los intentos de marcar un nuevo comienzo han desacreditado la idea de un nuevo comienzo. Una vergüenza colectiva en el despertar de este fiasco ha dejado un cráter masivo en nuestro entendimiento de la modernidad y de la modernización. Lo que hace esta experiencia desconcertante y (para los arquitectos) humillante es la desafiante persistencia de la ciudad y su aparente vigor, a pesar del fracaso colectivo de todos las agencias que actúan en ella o tratan de influenciarla – creativa, logística o políticamente.
Los profesionales de la ciudad son como jugadores de ajedrez que pierden ante computadoras. Un perverso piloto automático constantemente trunca todos los intentos de capturar la ciudad, agota todas las ambiciones de su definición, ridiculiza las mas apasionadas aserciones de su malogrado presente y de su imposibilidad futura, conduce y navega implacablemente mas allá de su adelantado y avanzado vuelo. Cada desastre pronosticado es de alguna manera absorbido por el infinito blanqueo de lo urbano. Aun cuando la apoteosis de la urbanización es notoriamente obvia y matemática, una cadena de retaguardia, movimientos y posiciones de escapistas posponen el momento final de ajustar cuentas con las dos profesiones mas implicadas formalmente en hacer ciudades – arquitectura y urbanismo. La compenetrada urbanización ha modificado la condición urbana en sí misma excediendo las posibilidades de reconocimiento. “La” ciudad ya no existe más. En la manera en que el concepto de la ciudad es tensionada y distorsionada superando precedentes, cada insistencia en su condición primordial – en términos de imágenes, reglas, fabricación – conduce irrevocablemente (vía nostalgia) a la irrelevancia.
Para los urbanistas, el tardío redescubrimiento de las virtudes de la ciudad clásica, en el momento de su definitiva imposibilidad, quizás haya sido el punto del no retorno, el momento fatal de desconexión, de descalificación. Son ahora especialistas en el dolor fantasmagórico: doctores discutiendo las complicaciones medicas de un miembro amputado. La transición de una posición de poder en otro tiempo, a una reducida estación de relativa humildad es difícil de aceptar. El descontento con la ciudad contemporánea no condujo al desenvolvimiento de una alternativa creíble; a, por el contrario, inspirado solamente a la creación de mas refinadas maneras de articular el descontento. Una profesión persiste en sus fantasías, en sus ideologías, en sus pretensiones, en sus ilusiones de envolvimiento y de control, y es consecuentemente incapaz de concebir nuevas modestias, invenciones parciales, re-alineamientos estratégicos, posiciones comprometidas que tal vez influencien, re-encaucen, tengan éxito en términos limitados, re-agrupen, comiencen incluso siendo rasguños, pero que nunca re-establecerán el control. Por que la generación de “Mayo del 68” – la más grande generación en cualquier grado, presa en el “narcisismo colectivo de una burbuja demográfica” – está finalmente en el poder, está tentada a pensar que es la responsable por la defunción del urbanismo – el estado de asuntos en la cual las ciudades ya no pueden ser hechas – paradójicamente por que re-descubrió y re-inventó la ciudad.

Sous le pavé, la plage (bajo el pavimento, la playa): inicialmente, mayo del 68 lanzo la idea de un nuevo comienzo para la ciudad. Desde entonces, nosotros hemos estado comprometidos en dos operaciones paralelas: documentando nuestro abrumador pavor para la ciudad existente, desarrollando filosofías, proyectos, prototipos para una ciudad preservada y reconstituida y, al mismo tiempo, riéndonos del inexistente campo profesional del urbanismo, desmantelándolo en nuestro desprecio a aquellos que planificaron (y cometieron graves errores al planificar) aeropuertos, New Towns, ciudades satélites, autopistas, edificios en altura, infraestructuras, y todos los demás desprendimientos provenientes de la modernización. Luego de sabotear al urbanismo, nosotros hemos estado ridiculizándolo hasta tal punto que departamentos enteros de universidades han sido cerrados, oficinas han quebrado, burocracias han sido despedidas o privatizadas.
Nuestra “sofisticación” esconde síntomas mayores de cobardía centrados en la simple cuestión de tomar posiciones – tal vez la más básica acción al hacer ciudad. Simultáneamente somos dogmáticos y evasivos. Nuestra amalgamada sabiduría puede ser fácilmente caricaturizada: de acuerdo a Derrida no podemos ser TODO, de acuerdo a Baudrillard no podemos ser REAL, de acuerdo a Virilio no podemos ESTAR ALLA. ”Exiliados al Mundo Virtual”: guión para una película de terror. Nuestra presente relación con la “crisis” de la ciudad es profundamente ambigua: seguimos culpando a otros por una situación en la cual ambos nuestro incurable utopianismo y nuestro desprecio son responsables. Mediante nuestra hipócrita relación con el poder - despectiva sin embargo codiciosa – hemos desmantelado toda una disciplina, nos hemos aislado nosotros mismos del puesto de mando, y hemos condenado poblaciones enteras a la imposibilidad de descifrar civilizaciones sobre su territorio – la asignatura del urbanismo.
Ahora nos hemos quedado con un mundo sin urbanismo, solo con arquitectura, arquitectura mas que nunca. La pulcritud de la arquitectura es su seducción; la define, la excluye, la limita, la separa del “resto” – pero también la consume. Explota y agota los potenciales que finalmente pueden ser generados solo por el urbanismo, y que solo la especifica imaginación del urbanismo puede inventar y renovar. La muerte del urbanismo – nuestro refugio en la parásita seguridad de la arquitectura – crea un emanante desastre: más y más sustancia es injertada en famélicas y moribundas raíces. En momentos donde confluyen nuestras mayores libertades y licencias nunca antes permitidas, nos hemos rendido a la estética del caos – “nuestro” caos. Pero en un sentido técnico caos en lo que sucede cuando nada sucede, no algo que puede ser ingeniado o abrazado; es algo que se infiltra; no puede ser fabricado. La única legitima relación que los arquitectos pueden tener con la asignatura del caos es tomar su justo lugar en la armada de aquellos devotos a resistirlo, y fracasar.
Si ha de haber un “nuevo urbanismo” no estará sustentada en las fantasías gemelas del orden y la omnipotencia; será la representación de lo incierto; ya no se preocupará mas de la disposición de mas o menos objetos permanentes sino con la irrigación de territorios con potenciales; ya no apuntará a configuraciones estables sino que apuntara a la creación de campos facultativos que acomoden procesos que nieguen ser cristalizados en formas definitivas, ya no será sobre la definición meticulosa, sobre la imposición de límites, sino sobre nociones expansivas, será al contrario, denegando limites, no sobre separar e identificar entidades, sino sobre descubrir innombrables híbridos; ya no estará obsesionado con la ciudad sino con la manipulación de infraestructura para interminables intensificaciones y diversificaciones, atajos y redistribuciones – la reinvención del espacio psicológico. Ya que lo urbano ahora esta compenetrado, el urbanismo nunca jamás será sobre lo “nuevo”, solo sobre lo “mas” y lo ”modificado”. Ya no será sobre lo civilizado, sino sobre el subdesarrollo. Ya que esta fuera de control, lo urbano esta por convertirse en un mayor vector de la imaginación. Redefinido, el urbanismo no solo, o frecuentemente, será una profesión, sino una manera de pensar, una ideología: el aceptar lo existente. Estábamos construyendo castillos de arena. Ahora nadamos en el océano que los destruyo.
Para sobrevivir, el urbanismo deberá imaginarse un nuevo concepto de lo nuevo. Liberado de sus obligaciones atávicas, el urbanismo redefinido como una manera de operar sobre lo inevitable atacara a la arquitectura, invadirá sus trincheras, lo alejara de sus bastiones, minara sus convicciones, explotara sus limites, ridiculizara sus preocupaciones con materia y sustancia, destruirá sus tradiciones, evaporara a sus practicantes. El aparente fracaso de lo urbano ofrece una excelente oportunidad, un pretexto para la frivolidad Nietzscheana. Nosotros debemos imaginarnos otros 1001 conceptos para la ciudad; debemos tomar riesgos insanos, debemos atrevernos a ser absolutamente acríticos; debemos tragar profundamente nuestro orgullo y debemos conceder el perdón a izquierda y derecha. La certeza del fracaso debe de ser nuestro gas hilarante / oxigeno; la modernización nuestras más potentes drogas. Ya que no somos responsables, debemos convertirnos en irresponsables.
En un territorio de crecientes oportunismos y de “no-permanencias”, el urbanismo ya no es o no debería ser la más solemne de nuestras decisiones; el urbanismo se puede alivianar, puede convertirse en una Ciencia Gay – Urbanismo Light. ¿Y que si simplemente declaramos que no existe ninguna crisis – redefinimos nuestra relación con la ciudad no como sus creadores sino como sus meros súbditos, como sus partidarios?

Mas que nunca, la ciudad es todo lo que tenemos.