miércoles, 8 de abril de 2009

Urbanismo

Articulo enviado por: Camilo Mesa Garcia

En todos los centros urbanos del mundo cohabitan dos tipos de ciudad: la del progreso, caracterizadas por el empleo de la imaginación, el arte y los acelerados avances tecnológicos en su conformación y; la de los desheredados, identificadas por albergar zonas donde la pobreza y la marginalidad se revelan de las formas más diversas. (Jue Jun 19 2008)
Desde el siglo XX, la ciudad alcanzó su máximo esplendor. La imaginación, el arte y los acelerados avances tecnológicos, se conjugaron para darle forma a los grandes monumentos urbanos, a las lujosas residencias, soberbios edificios y majestuosas avenidas.
Pero, frente a tan grandes testimonios de la inteligencia creadora y de la capacidad constructiva del ser humano, la ciudad igualmente alberga zonas donde la pobreza y la marginalidad se revelan de las formas más diversas. Por lo tanto, en todos los centros urbanos del mundo cohabitan dos tipos diferentes de ciudad: la del progreso y la de la los desheredados que carecen de los servicios más elementales.
En las ciudades del tercer mundo, más de las tres cuartas partes de sus territorios están ocupadas por barrios pobres. Aún cuando en ellos habita una buena parte de la población total de la ciudad y presentan innumerables problemas derivados de la miseria [hambre, criminalidad, insalubridad, promiscuidad, etc.]. La cara sórdida de las grandes urbes, por lo general, se encuentra velada por debajo de una careta mucho más amable, la de la -bonanza económica-.
Así, la traza urbana, ordenada e impecable, oculta en la trastienda el hacinamiento de las insalubres ciudades perdidas; mientras que los grandes y espectaculares edificios de diseñador y los lujosos centros comerciales y de entretenimiento se sobreponen a las grotescas chozas, que no son sino caricaturas de vivienda.
Generalmente, las ciudades perdidas aparecen alrededor de los barrios residenciales y de los grandes centros de trabajo, creando cinturones de miseria en los que se evidencia un marcado contraste entre el centro y la periferia. El espacio urbano entonces, puede considerarse como fragmentario y disonante, al estar dividido en porciones totalmente distintas que se encuentran desarticuladas entre sí, tanto en su funcionamiento como en su percepción visual.
El contraste entre bonanza económica y marginalidad, tiene como resultado un sentimiento de frustración, derivado de las marcadas diferencias económicas, que se manifiesta en forma agresiva por quienes viven en la pobreza y en casos extremos en la indigencia y la miseria.
Esto ha traído como resultado, que las tendencias de cambio y desarrollo urbano de las últimas décadas estén orientado hacia la segregación y el aislamiento. Es por eso, que en la actualidad son cada vez más frecuentes las denominadas -ciudades blindadas-, cerradas hacia sí mismas y acordonadas por toda una serie de dispositivos de seguridad que van desde las simples rejas y muros hasta los sofisticados sistemas de seguridad con cámaras de video, sensores, etc., cuyo propósito principal es, evidentemente, controlar el acceso de bienes y personas.
De esta forma, los desarrolladores urbanos construyen fraccionamientos cerrados que además ofrecerles a sus habitantes un ambiente confortable o el contacto con la naturaleza, les ofrecen: seguridad. El discurso subyacente en este tipo de desarrollos se basa en que las grandes ciudades contemporáneas [fundamentalmente las del tercer mundo] son espacios de amenaza, inseguros, en donde la delincuencia ha tomado el lugar central. Por este motivo, las nuevas urbanizaciones son diseñadas bajo el esquema del miedo a la ciudad han generado la perdida de la calle, las plazas y parques abiertos como espacios colectivos, dando prioridad a los espacios encerrados, como son los grandes centros comerciales [malls] y clubes deportivos, ya que en ellos se tiene un mejor control del espacio físico y de las acciones de sus habitantes. La vida entonces, pasa ha desarrollarse en los interiores.
Estos nuevos -bunkers- no sólo ofrecen protección, sino que construyen en su interior una utopía que contrasta con las circunstancias adversas que viven los citadinos en el exterior [inseguridad, contaminación, hacinamiento, etc.], por lo cual, se convierten en una barrera de la realidad social.
Paradójicamente, estas ciudades no son solamente ocupadas por los ciudadanos de mayor capacidad económica, ya que en ellas, los pobres habitan de manera eventual, ya que ahí desempeñan sus ocupaciones laborales, dentro de los comercios, restaurantes, o en las mismas viviendas, en donde muchas veces pasan más de la mitad de las horas del día. En este caso vale la pena cuestionarse si este tipo de urbanizaciones excluyentes, más que proponer verdaderas soluciones urbanas o mejores espacios, no fomentan el resentimiento social, pues la segregación, el encierro y la estética del lujo y de la opulencia, al final, marcan una notable diferencia entre ciudadanos de -primera- y ciudadanos de -segunda-, que indudablemente representa una agresión para las personas del mundo -real- quienes en muchos casos habitan en zonas urbanas miserables, dentro de construcciones que servirían más a los animales que a los hombres.

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